13 de marzo de 2012

Filosofía: Filosofía y América latina.

¿Hubo Filosofía en América Latina?

Asociamos la filosofía a creadores alemanes, austríacos, franceses y en menor grado británicos. Al hablar de filosofía en castellano se nos vienen pocos autores a la memoria. Quizás la asociación mental más veloz sea con José Ortega y Gasset (1883-1955) y Miguel de Unamuno (1864-1936). Ni por asomo se nos ocurre que existan nombres en América Hispana.

Tales consideraciones son erróneas. Sí hubo filósofos relevantes en castellano y sí que ha habido filosofía en América Hispana. La poca asociación de las letras españolas con la filosofía guarda relación con el idioma. El castellano ha ganado divulgación en otros terrenos, incluso el teológico, mas dista de haber difusión internacional sobre las ideas producidas por españoles e hispanoamericanos. Ello es desafortunado, porque la filosofía es una de las mejores formas para entender como individuo y sociedad se sitúan a sí mismos ante los grandes problemas humanos. Haciendo un ejercicio sobre la historia de las ideas hispanoamericanas se puede romper con muchos preconceptos y captar mejor cómo se construyó la América Hispana.

En tal sentido es afortunado el trabajo de Alain Guy en La Filosofía en América Latina, traducido por Blas Matamoro para Acento Editorial (1998). Es de esos libros filosóficos que uno incautamente aborda como sencillos al ver que son de presentación humilde y poco volumen. La experiencia enseña que esos libros aparentemente modestos sobre filosofía y poesía son las lecturas más exigentes que existen.

El libro de Guy tiene un matiz adicional interesante: incluye el caso de las colonias tanto españolas como portuguesa. El libro revela que hubo una considerable comunicación entre pensadores latinoamericanos y europeos. Mas aún: hay filósofos europeos que se rescatan con esta obra y cuya influencia en América Latina fue significativa.

En esta primera entrega cubro el período entre la colonia y las primeras décadas del Siglo XX. Me he encontrado muchas sorpresas y ojalá que ocurra otro tanto con el lector.

La primera novedad es que se desestima el trabajo filosófico hecho por los religiosos católicos. Los primeros trabajos filosóficos hechos en América Latina son generados por religiosos provenientes de las cuatro grandes universidades ibéricas: Alcalá, Salamanca, Coimbra y Évora. El primer criollo del que se tiene noticias que publique es D. Alfonso Briceño (1590-1667), quien trabajó en Lima, Santiago de Chile y Caracas. Hubo entre los religiosos un ataque contra instituciones como la Inquisición, siendo ejemplo de ello el filósofo venezolano Juan Antonio Navarrete.

La reseña biográfica sobre este último la he encontrado en el Diccionario de Historia de Venezuela publicado por la Fundación Polar (2da. Edición, 1997). Vivió entre 1749 y 1814. Este franciscano dominaba el griego, latín, francés, inglés e italiano, perdiéndose su obra de ¡40 obras en 17 volúmenes!, archivada en el Convento de San Francisco de Caracas. Como dice el Diccionario: “Su carácter abierto y amante de la libertad le llevó a defender en sus últimos años la independencia y a ser, por ello, sus prédicas objeto de expediente en el Tribunal Eclesiástico de Caracas en 1811”. Valga el ejemplo para mostrar que dista el pensamiento religioso católico de ser institucional y que en él se preservó el saber grecolatino.

Otros religiosos filósofos sufrieron persecución por las autoridades eclesiásticas, como pasó con Navarrete. Es la situación del pensador a que Guy considera como el criollo más interesante en la época colonial: el mexicano Benito Díaz de Gamarra (1745-1783). Sufrió varios ataques, censura y hubo de abandonar México más de una vez. Su obra más poderosa tiene el atractivo de haber sido escrita en castellano – las precedentes lo eran en latín – y se llama Errores del Entendimiento Humano. En ellos considera que hay 24 fallas en nuestro razonamiento y considera que provienen o bien de la salud, o de la sabiduría humana o de la moral.

La experiencia religiosa que más dio para crear una filosofía autóctona fueron las reducciones jesuitas vigentes en Paraguay y el Norte Argentino. Este tipo de sociedades comunitarias permanecieron cerca de 150 años en vigor hasta la expulsión jesuita por el monarca hispano Carlos III. La persecución contra los jesuitas fue también emprendida por Portugal y Francia, al punto que en 1773 el papa Clemente XIV abolió la orden, la cual sólo alcanzó cobijo en Rusia bajo Catalina la Grande y sería restablecida en 1814 por el papa Pío VII. Filósofos jesuitas fueron el argentino Luis de Tejada, João Cruz Costa y un caso notorio es el de José Antonio de San Alberto, quien hizo un catecismo para los indígenas. Siguiendo a Guy respecto a los jesuitas “al revés de los tomistas, que privilegiaban la gracia y la predestinación, exaltaron constantemente el libre albedrío”. Sobre las reducciones jesuitas, víctimas de la expulsión ordenada por Carlos III en 1767, un pensador notable fue José Manuel Peramás (1732-1793), quien en Italia publicó obras en las cuales “exalta la tarea emancipadora de las reducciones comparándola con los primeros cristianos que ignoraban la propiedad privada y con Platón”. El caso a mi juicio fue una experiencia más comunitarista que comunista, la cual sin duda entusiasmará mucho a quienes estén contra los extremos del capitalismo liberal y el totalitarismo bolchevique.

Sí que es interesante resaltar con estos apuntes que los religiosos católicos abordaban los temas filosóficos y evitaban este reduccionismo contemporáneo que percibo al debatir estos asuntos con místicos modernos, quienes creen que Dios es la respuesta a todos los problemas humanos. Aún como católico, considero que Dios nunca nos releva respecto a la responsabilidad de pensar. Además, si Dios fuera la respuesta absoluta, entonces un terrorista de la yihad ya ha encontrado la solución a las cuestiones humanas. Esta suerte de nuevo fanatismo simplista desencaja con la facultad divina conferida al hombre mediante la cual este piensa, elige y construye. Ni bajo la Inquisición se cayó en estos extremos actuales en que incurren algunos, olvidando que nunca tenemos una percepción definitiva sobre Dios y que Dios dista de ser excusa para el quietismo.

Continuando con la filosofía, el salto hacia la independencia conoce una exaltación sobre la Ilustración. El sacerdote Juan Manuel Fernández Agüero (argentino, quien vivió entre 1772 y 1840) señala en sus Principios de Ideología (1824) un párrafo elocuente: “Actualmente, la faz del mundo ha cambiado y las luces han penetrado hasta nuestros lejanos países, al grito de libertad”. Y aún así, ensaya ya un liberalismo de corte romántico y sensorial: “Pensar en siempre sentir, y nada más”. Incluso en las naciones que más tardíamente alcanzaron la independencia, como Cuba, está la obra libertaria, destacando el eclesiástico Antonio Saco y López (1791-1879), quien en 1875 publica una Historia de la Esclavitud donde “reclama la abolición de la esclavitud, la tolerancia y la independencia de Cuba”. Considérese que en Cuba la esclavitud estuvo sin abolirse hasta 1880 – en Puerto Rico lo fue en 1873 y Brasil fue la nación occidental que más tarde hizo este acto humanitario: 1888-.

Entre los filósofos independentistas está el caso del venezolano Andrés Bello (1781-1865), quien desarrolló su obra en Chile. Según señala Guy: “el teórico más filosófico y pedagógico de las poblaciones iberoamericanas fue el inolvidable maestro venezolano Andrés Bello que asimiló a fondo el mensaje de las Luces y lo repensó de una manera muy personal”. Este eminente intelectual es el primer seglar a quien hago referencia. Concilió la labor intelectual con el servicio público. En 1843 fue Rector de la Universidad de Chile y redactó el Código Civil chileno. Guy considera que su pensamiento fue “una filosofía inédita, síntesis de liberalismo, sensualismo y renovado espiritualismo, que se podría denominar realismo experimental”.

De alguna manera Bello fue también fue un filósofo del lenguaje, si bien su aproximación fue esencialmente la del gramático. Guy dice: “También habría que hablar de la Gramática de la Lengua Castellana (1851), donde Arturo Andrés Roig percibe un presentimiento de la semiótica contemporánea en América Latina. Lo mismo vale para su Análisis ideológico de los tiempos de la conjugación castellana (1841)”.

Por una temporada el romanticismo invade la América Hispana. Hay adeptos al pensador alemán Johann Gottfried von Herder, (1744-1803), sobre quien ha escrito Isaiah Berlin y quien se opone al racionalismo propio de la Ilustración. En sintonía con él, los iberoamericanos “valorizan lo concreto de las particularidades nacionales y aún local, en función de las vicisitudes de la historia”. La figura más destacada fue el ecuatoriano Juan Montalvo (1832-1889), sobre quien Guy señala: “Deísta a la manera de Voltaire, admiraba las virtudes morales de las minorías dirigentes griegas y romanas”.

En cualquier caso, el movimiento latinoamericano más poderoso en el Siglo XIX fue el positivismo. Sobre esta filosofía nacida en Europa la verdad es que conocía poco y me he obligado a leer. Siguiendo a Britannica.com el positivismo es una corriente filosófica en la cual se rechaza la especulación metafísica y se confiere el pensamiento a la experiencia derivada de la observación y la experiencia.

El padre de la criatura es el francés Auguste Comte (1798-1857), cuya divisa de “Orden y Progreso” fue adoptada por la bandera brasilera en 1889. Según menciona Guy, citando a Antonio Gómez Robledo, “En Brasil, el positivismo no fue solamente una filosofía teorética y una religión organizada; fue más aún: una fuerza política de una importancia tan grande que llenó una función imposible de desdeñar en el advenimiento de la República”; en efecto, el emperador brasilero Pedro II fue derrocado en 1889 y es allí cuando nace el Brasil republicano.

Comte, según señala François Aumbral en Los Filósofos -otro libro de la misma colección en la cual está incluido el de Guy-, considera que la historia ha atravesado tres estados: “Piensa Comte que la humanidad ha atravesado tres edades: la edad teológica, la edad metafísica y la edad positiva. En la edad teológica, el hombre está dominado por las fuerzas trascendentes: las religiones fetichistas, politeístas y monoteístas sirven para explicarle los fenómenos naturales y dan sentido a su existencia. El poder absoluto, la esclavitud y la omnipotencia de los ejércitos caracterizan esta edad. Le sigue la edad metafísica: en ella, el hombre deja sus antiguas creencias teológicas, que sustituye por principios de razón abstractos que atacan igualmente el poder absoluto. Es el momento de la Revolución, que destruye el orden antiguo sin lograr implantar otro nuevo. Por último llega la edad positiva: con ella se inaugura un método científico que ‘consiste esencialmente en sustituir en todas partes la inaccesible determinación de las causas por la simple búsqueda de las leyes, es decir, de unas relaciones constantes que existen entre los fenómenos observados”. Britannica añade: “la Humanidad alcanza su madurez plena de pensamiento sólo tras abandonar las falsas explicaciones de las fases teológica y metafísica y sustituyéndolas con una irrestricta adherencia al método científico”.

Para el positivista, al retirar a un objeto sus cualidades observables simplemente desaparece todo. La especulación metafísica es para ellos un ejercicio inútil sobre algo a lo cual el gran arte ya da respuestas, especialmente la poesía y la música.

En esta línea de pensamiento hay resonancias de la física construida por Newton, ecos de Descartes y mucho racionalismo. En algún acuerdo estuvo John Stuart Mill (1806-1873), el símbolo del liberalismo económico y defensor del utilitarismo.

La filosofía positivista albergaba un optimismo considerable sobre las posibilidades humanas. Su creencia en el progreso es característica y está fundada en la ciencia y el conocimiento empírico. El universo está allí para conocer sus leyes fundamentales de funcionamiento y desentrañarlas para provecho humano y social.

En EEUU el movimiento tuvo también popularidad, influyendo en el pragmatismo de filósofos como Charles Sanders Peirce, William James y John Dewey.

Los padres fundadores argentinos fueron positivistas convencidos y admiradores de EEUU, coincidiendo con la época en que Argentina alcanzó el apogeo, entre 1852 y 1929 (fue la primera nación latinoamericana donde se recibió un premio nobel y posee tres premios de esta índole en ciencias). En tal línea trabajaron Juan Bautista Alberdi (1810-1884) y Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888), ambos perseguidos por la tiranía de Juan Manuel de Rosas (1793-1877), la cual fue derrotada en 1852 y con insólita ignominia está conociendo rehabilitación en la historiografía hecha bajo tutela oficial conducida por la viuda Kirchner.

Alberdi escribió su monumental Bases y puntos de partida para la organización de la Confederación Argentina (1852) y según Guy “realista y aún pragmatista, aconseja la adopción del modelo de vida norteamericano. Se pueden leer con interés doctrinario su novela Peregrinación de Luz del Día (1878) y sus Ideas para presidir la confección del curso de filosofía contemporánea, imbuidos de un ‘positivismo autóctono’”. En el caso del presidente Sarmiento, Guy afirma: “Partidario resuelto de un liberalismo integral (sobre todo en cuanto a la economía) admiraba a Estados Unidos y recomendó una profunda reforma de la educación pública, en un sentido práctico y realizador”.

En el plano ético, el médico argentino José Ingenieros (1877-1925) alcanzó gran resonancia, manteniéndose en publicación hoy día su El Hombre Mediocre (1914). Guy considera sobre este autor que “admite la posibilidad del esfuerzo moral dirigido por la generosidad hacia el progreso humanitario. Denuncia el egoísmo del hombre vulgar, creyendo que las transformaciones de la moral son producidas por los hombres virtuosos y los santos. Sin duda, como positivista seguro de sí mismo, rechaza toda ontología y cualquier metafísica, pero hacia el final de su corta vida, acepta que la ciencia es incapaz de explicarlo todo”.

En la experiencia brasilera positivista, con gran efecto institucional, se tiene también una grata realización social: el primer nombre femenino en el compendio de filósofos. Se trata de Da. Nisia Floresta (1809-1885), quien incluso trabó amistad con Comte. Esta pensadora “gaúcha” trabajó en Rio Grande do Sul.

En el caso cubano está el pensador positivista José Varona y Pera (1849-1933), quien produjo una valiosa colección de aforismos en Con el eslabón (1919). De allí proceden citas formidables como estas:

“Nuestra vida es un borrador que corregimos sin cesar y que nunca terminamos de pasar a limpio”.

O bien:

“En la fundación de la libertad, todos deben ser fundadores. Esto significa que su encarnación debe realizarse en el espíritu del pueblo, y que es un Verbo que debe subir desde lo más profundo hasta lo más alto. Si sólo florece en la conciencia de las minorías, no es más que una planta efímera, una bella orquídea sin raíces”.

Ya antes de la Primera Guerra Mundial empieza a cuestionarse al positivismo. Desde Europa llega la figura seminal de Henri-Louis Bergson (1859-1941). Este pensador fue galardonado con el Nobel en 1927. Se ha olvidado a filósofos que como él obtuvieron ese reconocimiento y disfrutaron de popularidad en su día, como Bertrand Russell y Jean-Paul Sartre, siendo que es preciso rescatar a tales titanes. Begson, de raíces hebreas y simpatizante del catolicismo, tuvo el coraje para presentarse como hebreo ante el gobierno colaboracionista con los nazis de Vichy. Su pensamiento, en el cual tuvo relevancia la física de Einstein (quien visitó Argentina y Brasil en 1925), considera que el racionalismo tiende a considerar el tiempo como algo estático. Anticipa ya la diferencia entre intuición y análisis. Siguiendo a Britannica.com, para él “Hay, por tanto, dos moralidades o mejor, dos fuentes: una tiene sus raíces en la inteligencia, la cual lleva a la ciencia y su estática, el ideal mecanicista; la otra está basada en la intuición, encontrando su expresión no sólo en la creatividad libre del arte y la filosofía, sino también en la experiencia mística de los santos”. La psicología contemporánea (por ejemplo Daniel Kahneman), ha formalizado esa distinción entre lo intuitivo y racional-analítico.

En Bergson está el concepto de dinamismo, rechazando un tiempo estático y lineal por una experiencia más subjetiva, la “duración”; siguiendo a Aubral, “esta duración subjetiva y ‘móvil’ de la conciencia no se da más que en la intuición, ‘percepción inmediata’ o ‘simpatía intelectual por la que nos transportamos al interior de un objeto para coincidir con lo que tiene de único’”.

Bajo el influjo de Begson se rescatan la metafísica y la estética, como reacción ante el positivismo. De tal espíritu está dotado el peruano Alejandro Octavio Deustúa (1849-1945), quien tiene un logro notable en su gran tratado de 1922, Las ideas de orden y libertad en la historia del pesamiento humano. En ella, según Guy “opone dos temas antagónicos, el orden – símbolo de tranquilidad – y la libertad – en la cual se encarnan la espontaneidad individual, la fantasía y el espíritu inventivo-. Según él, el orden siempre ha predominado en el mundo y ha ahogado sistemáticamente a la libertad. Sin duda un simulacro de equilibrio fue intentado por el Imperio Romano, pero el cristianismo con sus dogmas, hizo reinar el peso de la institución sobre todas las aspiraciones a la libertad. La Reforma y el Renacimiento, incluso la Era de las Luces, no cambiaron casi nada en cuanto a tal opresión. En revancha, el siglo XX nos ofrece unas considerables posibilidades de liberación si las sabemos utilizar (…). Con Bergson, nuestra época se adscribe a la libertad, en un impulso supremamente desinteresado, pero el cataclismo de la Primera Guerra Mundial nos hizo retroceder. Hay que retomar con coraje nuestros esfuerzos. En esta emancipación, el papel esencial lo desempeñará el arte”. El peruano formula esta formidable cuestión: “¿Es la estética la maestra de la libertad?”.

En su línea estuvo el mexicano Antonio Caso y Andrade (1883-1946), quien considero tres estadios humanos: económico, desinterés y caridad. En el estadio segundo, “el mundo del arte y de lo bello, que surge junto con cierta trascendencia, al menos natural y humana. En él, devenimos capaces de elevarnos hasta la contemplación estética, superando la estrechez de nuestro campo visual”. Su compatriota José Vasconcelos (1882-1859) se adscribe también a Bergson y proclama en la Ética de 1932: “La emoción aporta un tercer término desconocido por la filosofía clásica; a la sustancia extensa, el mundo exterior, a la sustancia pensante, la inteligencia, hemos de añadir la sustancia significante, la existencia dotada de sentido, el nuevo y tercer órgano del saber; la emoción, que descubre y domina lo real”.

En esa época tiene su génesis un movimiento más duro contrario al racionalismo. Hasta el momento ni sombra de marxismo y se podría decir que fue una época feliz, entusiasta, incluso cándida. Ahora bien, ya va quedando claro que América Latina distó de estar aislada en el mundo filosófico y sus pensadores mantuvieron comunicación epistolar con las mentes europeas más privilegiadas y hasta les trataron personalmente.

En la próxima entrega seguiré elaborando. Ya se anticipa que hablaré sobre un tiempo más convulso. Ya ha llegado, sin aviso y el de verdad: el Siglo XX.

Por: Carlos Goedder .
(El diario exterior.com, Madrid, marzo de 2012).