30 de agosto de 2013

Filosofìa de la ciencia y la Tècnica 2/ Ètica y Deont. Prof.: "Los beneficios de la Informàtica"

Internet: ¿realidad virtual o trampa real? Por Héctor Freire hectorfreire@elpsicoanalitico.com.ar “Bill Gates definió a Internet con una frase publicitaria brillante: dijo que es la calle comercial más larga del mundo. Yo diría que es una calle llena de burdeles y sex shops, porque cuando uno mira su composición (…) se da cuenta de que el segmento más abundante del comercio electrónico es comercio pornográfico. Un fenómeno que no tiene equivalente en los mercados tradicionales, como las industrias editoriales o el cine.” (Román Gubern) [1] La evolución y el desarrollo de la informática han sido demasiado veloces en la segunda mitad del siglo XX. Por lo tanto, la densidad de nuestra “iconosfera” [2] se ha incrementado considerablemente en los últimos veinte años debido a la emergencia de nuevas modalidades de imágenes computarizadas, en una etapa que podríamos llamar post-analógica e interactiva de las relaciones entre el hombre y la máquina. Así, no se pueden establecer -con perspectiva histórica- los reales alcances y sus “supuestos beneficios”, por ahora más virtuales que reales. No olvidemos, por ejemplo, que la imagen infográfica (arte y técnica de producción de imágenes digitales) empezó siendo explorada y utilizada desde los años cincuenta con fines militares. Después de unos quince años, se introdujo en los distintos sectores civiles y se extendió hacia usos industriales, científicos y comerciales: en la arquitectura y el diseño, en los videojuegos, en los espectáculos y en la publicidad. Al intentar imaginar la experiencia definitiva de leer y escribir en esta nueva forma textual, convendría prestar atención a lo que Mikhail Bakhtin ha escrito en relación a la nueva novela (polifónica), aplicable al hipertexto y al tema que nos preocupa: “está construida como una multiplicidad de voces”. El problema estaría en determinar si este nuevo soporte textual –no previsto por Bakhtin- se construye como el simulacro virtual de un conjunto “democrático” de voces que sea -en el plano de lo real- una nueva, sutil, sofisticada y eficaz manera de dominación a nivel planetario. La patética realidad actual indica que E.E.U.U. controla el 75% del mercado audiovisual internacional. Por ejemplo, en Europa y Latinoamérica, el 82% del material audiovisual que circula en las pantallas es de origen estadounidense, mientras que en E.E.U.U. el material europeo y latinoamericano llega solo al 10%. En este sentido, el crítico y semiólogo español Román Gubern, se expresó contra la americanización mediática, “como el verdadero nombre de la globalización”. A propósito, es de recordar la pertinente observación de Noam Chomsky en cuanto a cómo y de qué modo funcionan las relaciones entre las palabras y el control social, como así también, la presencia del Estado en las formas de la comunicación masiva. En Internet se impone la lengua instrumental de los tecnócratas y el lenguaje tiende a convertirse “en territorio ocupado”. Chomsky es el que mejor percibe y describe el escenario de las comunicaciones masivas; sus críticas a la política actual de los medios apuntan a la tergiversación, la inversión, el cambio de sentido, la construcción y la manipulación de la realidad que define al mundo actual: se bombardean e incendian ciudades y a eso se le llama “pacificación”. A las masacres y genocidios de pueblos enteros se los denomina eufemísticamente “rectificación de fronteras”. También dice el lingüística norteamericano: “ya en los años 40 se tomó -en los círculos de la industria, de las relaciones públicas- la decisión de introducir expresiones como “libre empresa”, “mundo libre”, “libre mercado”, en lugar de términos descriptivos convencionales como “capitalismo”. De ese modo, se impone un sistema de comunicación masivo encubridor e hipócrita, “un estilo muy medio”, y todo lo que no está dentro de esos códigos y normas es considerado hermético, excéntrico, fuera de tiempo y de lugar. De este modo, una única conciencia, una única voz tiránica y patriarcal, LA VOZ de este nuevo ídolo electrónico de “comunicación masiva” -que siempre es la que emana de la experiencia combinada del enfoque del momento- absorbe en sí misma como objetos las otras voces, las otras conciencias. Un solo idioma, un solo soporte, una única estética, una sola identidad: el famoso “pensamiento único” que convierte a las leyes del mercado en legitimadoras políticas y sociales supremas, universales e inapelables. Desde este punto de vista omnisciente y omnipresente, todo estaría visto como “pedazos” o “bocados” a incorporar; “las terceras personas” no participantes “realmente”, pero sí virtualmente, no serían representadas de ningún modo. No habría lugar para ellas. Internet, como medio de comunicación, es uno de los tantos “artefactos” de los que se vale la tan mentada y elogiada globalización. Examinado en sus dimensiones materiales y simbólicas, parece apuntar a una contracción del espacio mundial, a una mancomunidad de los valores y de las prácticas culturales (“globalización de los intercambios”) conformando lo que algunos investigadores como Paul Mathias, llaman “la ciudad de Internet” [3]. Sin embargo, no se trata de la construcción imaginaria de una ciudad, sino de una nueva y más sutil espacialización del capitalismo. Su espejismo más tenaz es el de imponer como real una “democracia mundializada” cuyos contornos, sin embargo, siguen siendo –como el de todo espejismo- difuminados, y cuyo proyecto resulta inconsistente, difuso o contradictorio. Lo que en la práctica propone Internet es lo opuesto a lo que Michel Foucault llamó “la arqueología del saber”. En lugar de reconstruir una unidad perdida a partir de los fragmentos, de las ruinas y destrozos (a partir del pasado, de la evidencia histórica, y de las identidades), Internet trabaja sobre los fragmentos de un “edificio” nunca construido. Como afirma Beatriz Sarlo: “el único obstáculo eficaz a la homogeneización cultural son las desigualdades económicas: todos los deseos tienden a parecerse, pero no todos los deseos tienen la misma oportunidad de realizarse. La ideología nos constituye como consumidores universales, aunque millones sean únicamente consumidores imaginarios. Si, en el pasado, la pertenencia a una cultura aseguraba bienes simbólicos que constituían la base de identidades fuertes, hoy la exclusión del consumo vuelve inseguras todas las identidades”. [4] A medida que el lector se mueve por la red de textos, desplaza constantemente su propio centro y, por lo tanto, el enfoque o principio ideológico organizador de su investigación y experiencia. Su centro de atención es provisional, está compuesto de cuerpos de textos conectados, aunque sin eje primario de organización. En otras palabras, el ente que se conoce como libro, obra o texto en el campo de la imprenta, carece de centro. Este “híbrido” se experimenta como un sistema que se puede des-centrar y re-centrar hasta el infinito, en parte porque transforma cualquier documento, o testimonio unitario del pasado, en un centro pasajero, provisorio, en un mero directorio liviano, fugaz e intercambiable. Este mecanismo anula la idea de proporcionar sus tiempos al tiempo y sus espacios al espacio. Esta forma distinta -basada en el corte, el vértigo y la apropiación como medio para economizar tiempo y espacio- se proyecta como dominante y excluyente de otras formas que recurren a relaciones de sentido, de belleza, de emoción. Une los elementos separados, reduce las duraciones y las distancias. Es, después de todo, la lógica de los imperios para los que sus componentes nunca están lo suficientemente juntos, sus provincias siempre son demasiado grandes para abarcar. Esta especie de “montaje rápido” es una variante de las viejas técnicas de poder y trabaja reduciendo las cadenas de comando para controlar mejor los extremos. Culmina, con el así llamado “tiempo real”, la abolición de toda distancia y toda duración al servicio del imperio del mercado mundial, siendo que -en realidad- las cosas no existen sino porque están separadas y que, para respetarlas y conocerlas, hace falta sortear las distancias que las separan, tomándose el tiempo real que sea necesario. Este concepto se opone a esa ideología de fusión (tanto en el terreno de las artes como en el de la organización de los pueblos), la que satura nuestras pequeñas y grandes pantallas bajo la forma de una acumulación frenética. Sin embargo, esta forma de dominación no es nueva; la cultura occidental imaginó estas entradas casi mágicas a una realidad en forma de red mucho antes de la aparición de las tecnologías informáticas. Por ejemplo, la tipología bíblica que tan importante papel desempeñó en la cultura inglesa en el siglo XVII y en la norteamericana en el siglo XIX. Ellas concebían la historia en forma de tipos y sombras (virtuales) de Cristo y de la providencia divina. Así Moisés, que existe por sí mismo, también existe como Cristo, quien cumple y completa el significado del profeta. Como lo demuestran los innumerables sermones y comentarios de la época victoriana, cualquier persona, acontecimiento o fenómeno servía de ventana mágica en la compleja semiótica de los designios divinos para la salvación del hombre. Al igual que el tipo bíblico, el Internet, permite a los acontecimientos y fenómenos significativos participar simultáneamente de varias realidades o niveles de realidad, donde las voces individuales aportan irremediablemente un camino en la red de conexiones. Dado que, en los Estados Unidos, el protestantismo evangélico preserva y difunde estas tradiciones de exégesis bíblica, no sorprende demasiado descubrir que una de las primeras aplicaciones de este nuevo soporte ha tenido que ver con la Biblia y su tradición. Esta capacidad tiene una relación obvia con las ideas de la postmodernidad, que insiste en la necesidad de cambiar rápidamente de puntos de vista descentrando la discusión. En estos sistemas se le ofrece al lector, como “señuelo”, “la posibilidad” y “la libertad democrática” de poder escoger su propio centro de investigación y experiencia. Pero lo que este principio significa en la práctica es que el lector pierda su centro, su ideología y su identidad organizativa. ¿Es Internet un medio de comunicación masiva o un nuevo nihilismo electrónico? Presencia de una ausencia, realidad volátil, imágenes ectoplasmáticas, encapsulamiento de la realidad, conciencia sitiada: todo ello señala en dirección a una devaluación de la realidad, a un distanciamiento ascético, a un principio de renuncia a la inmediatez táctil y olfativa, al contacto personal, a la percepción inmediata, a la interacción erótica individualizada, a la relación intuitiva con el entorno físico. Internet: ¿realidad virtual o trampa real? El encapsulamiento mediático del espectador-lector configura la condición de una existencia individual monádica, degradada psíquica y sexualmente, comunicativa y artísticamente. Las redes de “comunicación” electrónica, desempeñan culturalmente el papel del sacerdote nihilista. Este nihilismo mediático tiene que ver fundamentalmente con la dialéctica del reconocimiento electrónico y, en general, con la transformación mediática de la relación humana con su hábitat social y natural. Es el resultado de su doble condición de distancia y proximidad con respecto al objeto, de mediación técnica y manipulativa, por una parte, y de cercanía mimética o poder mágico, por otra. Y es, asimismo, la imposibilidad por parte del espectador de conferir un sentido al mundo que le rodea. Y ésta es la condición electrónica de la destrucción de la experiencia. En cuanto al soporte técnico, “el ordenador”, éste ha pasado a ocupar un lugar central, “religioso”, en las actividades rituales del mundo postmoderno. Esta “nueva idolatría virtual” se propone reemplazar las funciones intelectuales más elevadas del cerebro humano. Sin embargo, y desde este punto de vista, sometido al determinismo implantado por el hombre en su programa, el ordenador tiene el comportamiento obediente de “un tonto lógico”. Como declaró gráficamente Karl Popper: “los ordenadores podrán solucionar problemas, pero nunca descubrir problemas, que es una capacidad humana”. Este “humano escepticismo”, acerca de la inteligencia resolutiva de las máquinas se ha multiplicado a partir de los postulados de incertidumbre de Heisemberg, del concepto de inverificabilidad matemática de Gödel y de la noción de imprevisibilidad de los sistemas complejos de Prigogine, que en realidad han sido verdaderos mazazos a “las esperanzas monárquicas de la ciencia” (al servicio del capitalismo imperial, llamado eufemísticamente globalización) tanto para conocer el comportamiento de la realidad, como para cuantificar sus manifestaciones y, más aún, para preverlas. A la vez, se impone una afirmación generalizada: no se puede negar que Internet nos permite estar “mejor comunicados” unos con otros. A ella contestó de manera irónica en un reportaje para el diario La Nación, el escritor de ciencia ficción Ray Bradbury, cuya vigencia en su obra “Fahrenheit 451” (llevada al cine por el genial director Francois Truffaut en la década del 60), no se puede negar. Internet plantea serios cuestionamientos, y ciertas paradojas y contradicciones, que por cierto exceden el marco y la problemática propia de Internet. Bradbury respondió: “Tenemos demasiadas comunicaciones, estamos demasiado comunicados. ¿Con cuánta gente quiere usted estar conectada? ¿Cuántos amigos de verdad tiene?, ¿cuatro?, ¿cinco? ¿Por qué se quiere estar en contacto con todo el mundo? Yo creo en el contacto humano.”- Cuando todo se ve nada se ve, y nada vale. La indiferencia ante las grandes diferencias e injusticias provocadas por la globalización crece con la reducción de lo válido a lo visible. En Internet todos los ideales particulares se terminan alineando uno tras otro en la porción de la humanidad dotada de la más fuerte visibilidad social. De ahí se sigue que la lengua del más rico se convierte en la de todo el mundo y que la ley del más fuerte es la regla suprema. Internet, como parte de la Iconosfera actual, aspira a ser omnipresente; para ello tendría el cinismo como virtud, el conformismo por fuerza y un nihilismo consumado por horizonte. Esta es la razón, en verdad, de que la “aldea global” implique, en los países marginados, un espacio menos igualitario que comunitario. La “comunidad” de los usuarios de Internet es, pues, el engendro de una unión entre una visión, exclusivamente técnica y profundamente paranoica de la posmodernidad humana, y una aspiración fusionista a la comunicación explosiva de los deseos. Como en su origen Internet es el resultado de un instrumento bélico, su efecto -al menos por el momento- resulta bastante comprensible: no fomenta la comunicación, el acercamiento real de las personas, sino que –por el contrario- la idea militar de la red se basa en que existe una distancia que hay que preservar. Esto es así ya que la viabilidad de una red de ordenadores -susceptibles de asegurar la transmisión de los datos informáticos en cualquier circunstancia y momento- implica que tales ordenadores estén físicamente alejados unos de otros y que las personas no sean más que simples operadores, y no sujetos que se comuniquen. En definitiva, meros instrumentos al servicio de funciones operativas, ya sean estas militares, como fue en el principio, o comerciales como lo son ahora. Asimismo, recordemos que -como pudimos comprobar en los últimos acontecimientos ocurridos en Egipto- si bien Internet (en especial el Facebook) fue muy importante, lo determinante sigue siendo la presencia de los cuerpos. Se puede convocar por medio de Internet a asistir a una manifestación, pero hay que poner el cuerpo en la misma. Otra cuestión a tener en cuenta cuando hablamos de Internet, y en la que sintomáticamente no se ha profundizado, es que la red abre al usuario “todo un mundo ilimitado” pero que, al mismo tiempo, amenaza seriamente toda privacidad e intimidad. El abuso del sistema puede llevar al límite de que los beneficios del e-mail, por ejemplo, terminen siendo menores que sus perjuicios: la inclusión compulsiva en bases de datos sin ser consultados, los mensajes con propaganda o promociones, aun cuando se indique que no se los quiere volver a recibir. Al respecto, Internet nos enfrenta a la siguiente paradoja: por un lado nos fascina la posibilidad de contactar a cualquiera, en cualquier momento, pero también cualquiera, en cualquier momento, nos puede contactar, nos interese o no. Se puede evitar recurrir a tales tecnologías a fin de impedirlo, pero se corre el riesgo de perder otros tipos de oportunidades que dicha tecnología pone a disposición. En síntesis: “Con Internet nosotros sentimos que tenemos acceso a un mundo ilimitado, y es cierto. Pero nos olvidamos de que ese mundo ahora también tiene acceso a nosotros, y amenaza nuestra privacidad de modos que ni siquiera imaginamos”. “La afirmación de Nicholas Burbules, norteamericano, filósofo de la educación egresado de la Universidad de Stanford y especialista de la Universidad de Illinois en el impacto social de las nuevas tecnologías, alimenta la difundida sospecha de que la Red que usamos como medio de comunicación masiva, con fascinación y cierta inocencia, puede ser también una trampa en la que quedemos atrapados.” [5] [1] Entrevista realizada por Liliana Moreno, Zona, Clarín 22.4.2001. http://edant.clarin.com/suplementos/zona/2001/04/22/z-01001.htm [2] Al decir de Román Gubern, la iconosfera es un ecosistema cultural formado por los mensajes icónicos y audiovisuales que envuelven al ser humano, basado en interacciones dinámicas entre los diferentes medios de comunicación y entre estos y sus audiencias. Del bisonte a la realidad virtual -La escena y el laberinto, Anagrama, Barcelona 1996. [3] Mathias, Paul, La Ciudad de Internet, Bellaterra, Barcelona, 1998. [4] Sarlo, Beatriz, Escenas de la vida posmoderna, Ariel, Buenos Aires, 1994. [5] Ramos Carmen María, Enfoques, Diario La Nación, 17.12.2000 De Elpsicoanalìtico.com.ar Agosto de 2013

27 de agosto de 2013

Ètica y Deontol. prof. (RRHH): La posibilidad de ser feliz.

“LA GENTE FELIZ GENERA VÍNCULOS; LA INFELIZ COMPRA COMPULSIVAMENTE” Un buen día la socióloga Roberta Paltrinieri dejó de mirar vidrieras. Repasó sus hábitos de consumo y no volvió a comprarse ropa, entre otras costumbres que abandonó. “Fue un viaje al interior de lo que sucedía en la crisis de la sociedad de la abundancia que me llevó a mí y a quienes me rodean a tomar conciencia”, dice Paltrinieri, doctora en Sociología y profesora de Sociología del consumo en la Universidad de Bologna, la más antigua del mundo occidental. Fue así como se propuso orientar su vida y la de su familia hacia una felicidad responsable, término con el que bautizó a su último libro. “Mi materia de estudio surge de mi autorreflexión sobre mi comportamiento cotidiano y el de mi familia -se sincera-. Y decidimos iniciar, como pequeño núcleo, una búsqueda de comportamientos de consumo sostenible.” Sus hijos -de 8 y 12 años- crecen sabiendo que no deben derrochar agua, que la basura se debe separar según su materia prima -orgánica, papel, plástico, vidrio- y que el trueque con otras familias es divertido, sustentable y sienta bien. “Mi vida no se ha empobrecido. Como docente empleada pública, es cierto que tengo mi sueldo congelado desde hace tres años, pero también cuento con la seguridad de que mes a mes recibo mi paga. Admito que no he sentido la crisis que veo a mi alrededor, pero esto no implica que en mí no se hayan activado modos de investigación para dar con formas más virtuosas de consumo”, dice la socióloga que también dirige el Centro de Estudios Avanzados sobre el Consumo y la Comunicación del Alma Mater Studiorum de la Universidad de Bologna y es parte de la Research Network Sociology of Consumption. Y allí fue Paltrinieri detrás de la felicidad responsable que, según ella, “es un modo distinto de pensar el bienestar individual y colectivo. Es la superación de un modelo cultural que hizo del ‘Consumo, luego existo’ el leitmotiv de los últimos treinta años, a favor de un modelo cultural que valorice las relaciones antes que los símbolos de status”. ¿Dónde busca la sociedad de hoy la felicidad? Desde el punto de vista aristotélico, el concepto de felicidad se refiere a la obtención del placer a través de una acción. Sobre la base de esta dimensión aristotélica se ha ido construyendo la sociedad de consumo. En este sistema, a través de los objetos de consumo, los hombres deberían obtener aquel placer que, de algún modo, se presupone para una cierta felicidad. La sociedad del consumo como nosotros la conocimos en Europa, desde la posguerra, es decir desde los años ‘50 hasta los inicios de esta crisis en 2008, prometió la obtención del placer basándose paradojalmente en mecanismos que producen constantemente infelicidad. Desear comprar ha sido un imperativo para la sociedad de consumo europea. Consumir y desear seguir haciéndolo por más que se posean ya muchos bienes. El problema no es la posesión de bienes sino la insaciabilidad: una promesa constante de algo que se debe desear y que una vez obtenido no da satisfacción y por eso reenvía a la necesidad constante de continuar en este accionar. De aquí nacen los procesos de consumo compulsivo. La sociedad europea y la norteamericana son sociedades enfermas desde el punto de vista de la compulsividad, porque a través de este acto se intenta calmar un ansia que está dentro nuestro y que es el estado existencial de la subjetividad en una sociedad que progresivamente ha hecho desaparecer otras formas del placer. Con este diagnóstico, ¿hoy es posible ser feliz? Es necesario superar la dimensión instrumental del bienestar individual para estimular un nuevo modelo que ponga en el centro el bienestar colectivo entendido como relación que desarrolla confianza, reciprocidad. Las sociedades felices son las que producen relaciones, vínculos. Las infelices son las que en el lugar de las relaciones venden productos. En síntesis: la gente feliz genera vínculos; los infelices compran compulsivamente. Usted ha señalado que la felicidad y el bienestar no han sido medidos adecuadamente El primer texto que intenta superar la idea del PBI como único indicador del bienestar es el estudio que el ex presidente francés Nicolás Sarkozy encargó en 2008 al economista Joseph Stiglitz, donde se utiliza una serie de indicadores que arrojan luz sobre cómo medir el bienestar. A partir de esto, en Italia hemos desarrollado el índice de Bienestar Equitativo Sostenible -Benessere Equo e Sostenibile (BES)-. Es interesante porque hace foco en el bien relacional. De algún modo dice que la tutela del ambiente y las relaciones son fundamentales para medir el bienestar. Un elemento fundamental que está en la base de este nuevo modelo que estoy intentando promover de la felicidad responsable es la dimensión de la participación. Personas que participan en términos activos dentro de la propia comunidad son personas más felices. ¿Cómo se hace para hablar de bienestar colectivo en una sociedad de tanta desigualdad El modelo económico al cual nos ha habituado la sociedad de consumo es un modelo en el que lo determinante es el bienestar individual medido económicamente. El verdadero problema es que se debe correr el bienestar individual al bienestar colectivo. De hecho, las personas no viven solas, aisladas. Pero la verdadera posibilidad de producir bienestar colectivo nace de la posibilidad de producir bienes relacionales. Una cosa importante en el interior de una comunidad para desarrollar el bienestar no es tanto el dinero cuanto una buena cualidad de las relaciones humanas. El bienestar colectivo debe ser producido a través de las relaciones humanas cualitativamente buenas. Bienes relacionales producen confianza, intercambio, reciprocidad. Las relaciones se vuelven importantes también en términos de desigualdad: si yo produzco relaciones dentro de un sistema, produzco formas de solidaridad y la forma de solidaridad produce cohesión social. Donde existe la desigualdad se pueden activar estos mecanismos de la solidaridad. Si produzco individualismo, no produzco cohesión social. Da la sensación de que en la sociedad actual sólo participan activamente los que tienen tiempo o los que abrazan una causa y militan a favor de ella. ¿Cómo se crea esta conciencia de responsabilidad compartida en el ciudadano medio? En Italia no estamos en una fase ascendente de la democracia sino decreciente. Crisis de gobernabilidad, altos niveles de desconfianza, temas que tal vez le resulten familiares a usted … Por eso es necesario crear un nuevo pacto de confianza. Y la responsabilidad social compartida como respuesta a la crisis nos compete a todos. Tenemos que dar el salto hacia una teoría colectiva de las relaciones. Buscar cómo podemos responder a la crisis a través de nuestras capacidades específicas. ¿Cuál es hoy la principal característica del comportamiento social? Hoy es difícil hablar de una teoría del accionar colectivo porque de hecho vivimos en una sociedad donde los procesos de socialización retrocedieron en su capacidad de orientar las relaciones. Hoy más que nunca, en esto veo también el reflejo del paradigma económico neoliberal dominante, hablamos de sujetos individualizados. De hecho, el hombre está cada vez más solo y debe responder a los desafíos de una sociedad global. Hemos perdido los valores normativos que nos orientaban. Es como si el individuo tuviera constantemente que reflexionar sobre las propias acciones. Disminuyó la mediación de la estructura. En el pensar, el comportamiento social ha retrocedido. Esto quiere decir que no hay más un cuadro normativo de referencia sino que hay que proceder por autorreflexión. Se trata de una constante necesidad de encontrar dentro de sí las fuerzas, las capacidades para responder a la emergencia o a la urgencia que el ámbito social le impone. En usted la crisis fue una ocasión para repensar su comportamiento como consumidora. La idea de crisis como oportunidad, ¿se puede aplicar a todas las clases sociales? Es claro que desde un punto de vista sistémico esto puede ser una oportunidad para las clases medias y altas de reflexión para repensar el propio comportamiento. Por una cuestión de insostenibilidad, es preciso pensar en un nuevo modelo para la sociedad de consumo tal como la conocemos hasta ahora. Es claro que no tienen la misma posibilidad los sectores medio y bajo que hoy están experimentando un gran desgaste. La crisis como oportunidad también nos enfrenta al problema de la desigualdad. En Italia, como seguramente también sucede en Argentina, lo que está sucediendo respecto del pasado es que estamos viendo que los mecanismos del ascenso social ligados, por ejemplo, a la instrucción, no funcionan más. Mientras en el pasado era normal que el hijo del campesino o del obrero se convirtiera en médico, hoy ese ascensor social ya no existe. Estamos asistiendo a una autorreproducción de las castas y ya no hay mecanismo de movilidad ascendente entre generaciones. Es lo ineludible de un destino: los hijos de las clases bajas no tendrán posibilidad de superar su propio status. Las nuevas generaciones están experimentando condiciones de vida peores que las de sus padres. ¿Esto es válido para ricos y pobres? Sí. El elemento central en este proceso de pobreza es que los hijos de las clases sociales medias-altas, los hijos de la burguesía, también experimentan condiciones de vida peores que las de sus padres. Yo estoy segura de que, si mis hijos no se van al exterior y se quedan en Italia, no tendrán la condición de vida ni las oportunidades que he tenido yo. Desde la mirada argentina, es como si Europa, aquel Primer Mundo de nuestro imaginario, estuviera descubriendo algo que nosotros, lamentablemente, ya conocemos en carne propia en materia de crisis. En realidad lo que muchos países latinoamericanos, Argentina en primer lugar, han experimentado como técnicas de supervivencia en un mundo globalizado -siempre a favor de un Primer Mundo que como consecuencia de este intercambio desigual venía favorecido-, hoy se convirtieron en las técnicas que estamos observando para responder a nuestra propia crisis. Los argentinos nos pueden enseñar mucho al respecto. Marina Artusa, Clarìn.com Agosto 2013

19 de agosto de 2013

Etica Informàtica y Filosofìa de la Ciencia: Uso de las Redes Sociales

Facebook no te hace más feliz A pesar de ayudar a conectar a las personas, el uso de la la red social liderada por Mark Zuckerberg reduce el bienestar de los usuarios, de acuerdo a un estudio realizado por la Universidad de Michigan Cada vez que tiene la oportunidad de describir a su compañía, Mark Zuckerberg repite una y otra vez que Facebook ayuda a las personas a estar conectadas. En todo el mundo ya cuenta con más de 1100 millones de usuarios, y en la Argentina ya tiene 22 millones de suscriptos, de los cuales 14 millones ingresan de forma diaria. Sin embargo, el cofundador y CEO de la compañía no dice nada acerca de la felicidad de los miembros de la plataforma. De hecho, su uso provoca una disminución en el bienestar del usuario, de acuerdo a un estudio elaborado por la Universidad de Michigan (UM), que examinó la influencia de la red social en el bienestar de sus miembros. "A simple vista, Facebook proporciona un recurso valioso para la necesidad humana de conexión social. Sin embargo, en lugar de realzar el bienestar, encontramos que el uso de Facebook pronostica el resultado opuesto, socava el bienestar", dijo Ethan Kross, psicólogo social de la UM. Los investigadores analizaron el comportamiento de 82 jóvenes adultos con teléfonos inteligentes y una cuenta de Facebook bajo un muestreo de experiencia, en donde recibían de forma aleatoria, cinco veces al día durante dos semanas, un mensaje de texto que les preguntaba cómo se sentían. Las pregunta iba desde ¿cómo te sientes en este momento? o ¿cuán preocupado estás? hasta ¿cuán solitario te sientes en este momento?. De acuerdo a los resultados, el estudio de la UM determinó que las personas peor se sentían cuando más usaban Facebook. Los investigadores no hallaron pruebas de que la interacción directa con otras personas ya sea por teléfono o en encuentros cara a cara influyeran negativamente en el bienestar. No obstante, sí encontraron que las interacciones directas con otras personas hacían que los participantes se sintieran mejor con el paso del tiempo..

4 de agosto de 2013

Etica Informàtica: Redes Sociales

Me cansé de ti, Facebook ¿La red social está perdiendo su brillo? 61% de los usuarios se estaría tomando un receso voluntario. Ryan Wichert es actor. Vive entre Londres y Berlín y era un activo usuario de Facebook hasta el año pasado. Sin embargo, sus contactos han notado que no actualiza su estado desde Navidad. "Me estoy tomando un descanso de Facebook porque no quería que mi vida girara en torno a lo que otros hacen. Me di cuenta de que me estaba afectando de manera personal, estaba preocupado, envidioso. Me estaba convirtiendo en una persona que no soy", le cuenta Wichert a BBC Mundo. Contenido relacionado ¡Fíjate en mí y no en tu smartphone! Hermanas se reencuentran tras 72 años gracias a Facebook América Latina pisa cada vez más fuerte en internet "En vez de enfocarme en mi carrera y lo que es importante para mí, vivía preocupado de lo que otros hacían", explica el actor. El joven actor no es la excepción. De hecho, es la regla. Así por lo menos lo demuestra un estudio de Pew Internet & American Life Project, el cual asegura que un 61% de los usuarios de Facebook se han tomado un receso voluntario. Y un 27% planea gastar menos tiempo en la red social este año. El estudio se realizó en Estados Unidos, donde la red social sigue siendo predominante: dos tercios de los adultos conectados son usuarios de Facebook, con o sin vacaciones. Pero a pesar de que la red sigue siendo popular, las tendencias están cambiando. Demasiado drama Un quinto de los usuarios en receso aseguró que simplemente estaba "demasiado ocupado" o "no tenía tiempo" para gastar en el sitio web. Pero lo más revelador es que casi un tercio de quienes se alejaron temporalmente de la red social lo hicieron por razones asociadas a sentimientos de rechazo como desinterés o disgusto (10%), pérdida de tiempo o contenido irrelevante (10%) o simplemente demasiado drama, chismes, negatividad o conflicto (9%). "La gente asume que por tener Facebook pueden omitir otro tipo de contacto. Mis cercanos, que saben que no tengo Facebook, me llaman o me mandan mails en vez de invitaciones masivas" Fernanda Becker "Estaba cansado de comentarios estúpidos", "Se puso aburrido", "No me aportaba en nada", "Demasiado drama" o "La gente postea hasta lo que cena", son algunos de los comentarios que la consultora recibió de los encuestados. Vacaciones permanentes Algunos han sido más radicales. El 20% de quienes no usan Facebook hoy sí habían sido parte de la red con anterioridad, pero decidieron abandonarla de forma definitiva. A miles de kilómetros de Ryan y con un océano de por medio, Fernanda Becker también se tomó vacaciones de Facebook. Pero de manera permanente. La periodista y abogada chilena olvidó su clave de Facebook y al pasar por toda una odisea para recuperarla, decidió que la red social no era lo suyo. Eso hace más de cuatro años. Sin embargo, sigue siendo saludada para sus cumpleaños, mencionada y etiquetada en fotos por sus contactos quienes parecieran no percatarse de su dimisión. "Incluso me 'regalaron' un perfil y la clave, todo el trabajo listo y hecho para que lo empezara usar de nuevo, pero me da lata, porque no tengo tiempo y porque la gente asume que por tener Facebook pueden omitir otro tipo de contacto. Mis cercanos, que saben que no tengo Facebook, me llaman o me mandan mails en vez de invitaciones masivas", le cuenta Fernanda a BBC Mundo. Hay algunos que aunque quieran no pueden tomarse vacaciones de la red social. Sin embargo, haber renunciado definitivamente a la red tiene sus costos. "Lo desagradable es que no me recuerda los cumpleaños y que si publican una foto poco decorosa mi único recurso es la fuerza física para resguardar mi honra", bromea la periodista y abogada. Nada es para siempre Eso sí, el divorcio de hoy puede no durar para siempre. Al menos en las promiscuas redes sociales. "A pesar de que los usuarios han ajustado su distribución de tiempo en el sitio según los criterios anteriores, la gran mayoría de los usuarios de redes sociales -92%- mantienen un perfil de Facebook", señala el estudio. Según datos de la consultora, los usuarios de redes sociales se han disparado de 47% a 69% en los últimos tres años. Y en un día común y corriente, más de la mitad de los estadounidenses acceden a alguna red social. BBC Mundo 2013