26 de febrero de 2013

Filosofìa de la Ciencia y de la Tècnica: El mètodo cientìfico

Kant y el método científico El método científico es un camino que se materializa en una serie de reglas a partir de las cuales se intenta descubrir una verdad que se ignora, unas reglas que en –expresión de Descartes– son de investigación o de descubrimiento, y se manifiestan de manera independiente de la particular capacidad intelectual del que las aplica. No se descubre nada al afirmar que el concepto y las características del método científico son dos de las cuestiones “clave” en la evolución de la ciencia durante bastantes siglos de pensamiento, ya que las fases y reglas comentadas se ordenan según el problema planteado, la fijación de hipótesis (suposiciones de las que se obtienen consecuencias) con su correspondiente corroboración, así como a través de la elaboración de leyes (relaciones constantes e invariables entre los hechos), de teorías (con las que se relacionan las leyes y son explicadas) y de modelos (que buscan la explicación simplificada de las teorías, generalmente en forma deductiva, inductiva o analógica). Desde este breve planteamiento inicial se puede bucear, también con brevedad, en las tradiciones que han intentado explicar los llamados “conocimientos verdaderos”. Por un lado contamos con la “tradición deductiva”, inspirada en Aristóteles, mediante la cual la forma de alcanzar la verdad consistía en partir de unas premisas ciertas que recogieran la esencia de un ser o fenómeno, para llegar, por deducción lógica a una conclusión también cierta. Este proceso de abstracción mental, que da como fruto la formulación de unos axiomas o principios evidentes en sí mismos, a partir de los que se procede a enunciar una teoría gracias a un razonamiento lógico, en definitiva a una serie de leyes, teoremas o proposiciones, sienta las bases del posterior “racionalismo” de Descartes. Su método es deductivo porque el conocimiento científico comenzaba con la intuición clara y distinta de esencias o naturalezas simples, como la figura, la extensión o el movimiento, de cuyas ulteriores interrelaciones puedan luego deducirse teoremas y corolarios complicados. La influencia de este método fue patente en Espinoza, Leibniz y Wolff, entre otros. La segunda tradición significativa la constituye la “inducción empírica”, con vestigios también en la Grecia clásica y gran expansión en el siglo XVII, y con ella se alude al proceso de observación de los hechos sucedidos en la realidad con el fin de proceder al enunciado de una teoría, método asociado al filósofo inglés Francis Bacon. Para este, el hombre de ciencia debe observar pacientemente la realidad y recoger innumerables ejemplos sin pretender anticiparse apriorísticamente a la naturaleza, o generalizar demasiado pronto; hasta que, por la misma fuerza de los hechos, una inducción progresiva fuera poniendo de manifiesto las concomitancias de los fenómenos y, en definitiva, las leyes de los mismos. La influencia de este método fue patente en Hobbes, Locke y Hume. La tercera tradición, “escéptica”, prácticamente tuvo defensores desde el principio a raíz del enfrentamiento entre el racionalismo y el empirismo, con David Hume a la cabeza. La “duda sistemática” o escepticismo metafísico lleva el deductivismo al absurdo, con lo que si la verdad se transmite por el razonamiento y no necesitamos para nada de la observación, entonces sólo podemos estar seguros, si acaso, de la realidad de nuestro pensamiento, pero no de la del mundo; y si nuestras inducciones sobre causas y efectos se basan en que el futuro va a ser igual al pasado, y nuestras expectativas no son en el fondo más que sensaciones subjetivas de probabilidad, entonces seremos esclavos de la última sorpresa o capricho de la naturaleza. Será Immanuel Kant el que lleve a cabo la reconciliación entre ambas posturas, mediante una “síntesis” del racionalismo y el empirismo. Kant planteó la llamada “paradoja de la ciencia empírica”, al dudar de una metodología que sólo fuese empírica, ya que tal paradoja vendría a decir que la dinámica de Newton va, por esencia, más allá de todas las observaciones. Es universal, exacta y abstracta; ha nacido históricamente a partir de los mitos y podemos mostrar, por medios puramente lógicos, que no puede ser derivada de enunciados de observación. Ante ello Kant considera que el entendimiento no recibe leyes de la naturaleza, sino que las que descubre en la naturaleza son leyes que el propio entendimiento ha puesto a priori. Es la teoría la que decide lo que puede, o no, observarse; es decir, sólo creemos conocer una cosa mediante la razón cuando tenemos consciencia de que habíamos podido conocerla incluso si no se nos hubiera ofrecido en la experiencia; así conocimiento racional y conocimiento a priori son cosas idénticas. Esta idea kantiana tiene sentido gracias a la diferencia que este filósofo realizó entre las “verdades de razón” (que se consiguen por juicios analíticos basados en una actividad intelectual lógica) y las “verdades de hecho” (que se consiguen por juicios sintéticos logrados con la observación y la experimentación). Con ello el conocimiento de la realidad evoluciona con la ayuda de las verdades conferidas por la razón, es decir, con la capacidad lógico-deductiva del observador. Justo Sotelo, Diario Progresista, España, Febrero de 2013

13 de febrero de 2013

Tomàs Abraham y la radio.

Escucho radio todos los días, de a ratos. Un poco a la mañana, otro poco a media mañana, un poco al mediodía, otro poco a media tarde y algo a la tardecita. No estoy jubilado. Trabajo los dos turnos pero la radio deja vivir. Por eso estoy alarmado por la dirección que toma esta amiga cotidiana que por informar y entretener hace más llevadera cada jornada. Hace años escribí un libro sobre programas de televisión y bautizaba a la fuente emisora que capturaba varias horas de mi perdurar doméstico con el grato nombre de: “Mi amigo el cuadrado”; en esta ocasión hay un cambio de género y si debo llamarla de algún modo no se me ocurre otra cosa que “Mi compañera de todo momento”. Me acompaña, ya sea en formato mínimo con auriculares o en mi Spica envasada en cuero con la que me luzco en los espacios públicos. Hay ruido en la radio. Tengo mucho temor de que se vuelva inaudible y me produzca un gran vacío existencial. Posiblemente, mis temores sean infundados pero no dejan de preocuparme. No me refiero a una crisis de valores por evocar a inmortales como Antonio Carrizo, Carlos Rodari o el Peruano Parlanchín, mido mis ambiciones de acuerdo a lo que ofrece el presente. Creo que los pases de periodistas de una estación a otra, que no sólo se han anunciado sino materializado, corren el riesgo de achatar el nivel de su calidad. Tampoco digo con esto que lo que se perdería es una muestra cultural irreemplazable. Mi afición radial no se mide en términos de elevación espiritual sino de simpatía. La radio suele ser un medio amable. Mi perímetro radial abarca de la 590 hasta la 1030 con breves pasantías de la 530 en adelante y en el otro extremo con un paso fugaz por la 1190. Todo en AM, que es donde la gente por lo general habla. Respecto de la FM, me permitiré decir unas pocas apreciaciones recién al final de la nota. Vayamos a lo concreto. En la 590 parece que no habrá cambios a las seis de la mañana. Magdalena nos alivia con su buen uso del idioma, tiene agallas de polemista y a veces nos fatiga con su indignación moral. Por suerte lo seguirá haciendo. Lo mismo sucederá con Víctor “Reloaded” Hugo. Sin duda, dispara munición gruesa. Pero no es el único al que no le sale bien ser de izquierda. Quizá se deba a una vocación demasiado tardía o a su falta de práctica. Cuando ingresó a la radio con su programa diario de cuatro horas disipó el probable sopor de su estilo protocolar y logró darle al espacio un tono cordial, siempre sin el menor sentido del humor. De hecho, es cierto que en ningún momento pudo suplir la calidad de Hanglin pero se hizo querer por su trato respetuoso y su buena disposición al diálogo. Luego vio la luz en el camino a Calaf…perdón, a Damasco, y armado con la cruz y la espada arremete contra sombra que se le presente, como aquel héroe inmortal de Cervantes. Jorge Lanata en Mitre es, de acuerdo a mi parecer, el mejor contradictor de los medios oficialistas. Su principal virtud reside en sus investigaciones sobre la realidad nacional, y es además un entrevistador sensato. Quizá se exceda en su afán de hacer reír y de bromear con un estilo en apariencia travieso. A pesar del divertimento que llega a generar entre sus adeptos, la voluntad de cargada no contribuye a la calidad de su trabajo. Marcelo Longobardi, a la misma hora y durante toda la semana, tendrá en Mitre el espacio que necesita para ofrecer el punto de vista empresarial sobre la actualidad nacional y de este modo contribuir a difundir la apreciación de un sector clave de nuestra economía. La franja de 15 a 18 es la más dura de sobrellevar para los oyentes ya que es la hora santiagueña. A esa hora, toda la información política fue analizada, los crímenes pasados en limpio y los chanchullos de la farándula compartidos. Por eso, es meritorio el trabajo de Lanny Hanglin en Radio 10. “El Gato y el Zorro”, con Mario Mactas, es un clásico de la radio y brilla aún en el desgaste. Los consejos de Silvia Freyre para mujeres con un bajo nivel de autoestima se sobrellevan con el tiempo y logra algunas buenas duplas con el conductor. La presencia de Fátima Slame, si bien puede ser útil en el programa de los domingos de Jorge Lafauci, no logra ser funcional desde mi punto de vista al modo de ser ni al humor de Hanglin. Es notorio en el sketch del Gato y el Zorro, en donde sus llantos nos hacen extrañar en extremo los gemidos de Florencia Ibáñez. Hanglin tiene una gran curiosidad que se expresa en la información que nos da sobre los pájaros, en su aprecio por las jineteadas, su conocimiento sobre la vida de los pueblos originarios, y además es un entrevistador como pocos en los espacios en los que busca por el mundo a argentinos que viven en el exterior. Marcelo Zlotogwiazda pasa a Radio del Plata, donde es de esperar que mantenga su habitual distancia respecto de las desmesuras nacionales y su conocimiento afinado de la economía y la política diarias. María O’Donnell es una periodista. No es común que todos los que se llaman periodistas lo sean. Hay comunicadores, locutores, conductores, maestros de ceremonia, animadores, empresarios, testaferros y algunos periodistas. Tiene buena información. No se rinde ante las bajadas de línea. No es demagoga. Confronta con los entrevistados. La mandaron a la noche, a la hora en que apago la radio y enciendo a mi amigo el cuadrado. La extrañaré un poco y ya no escucharé sus habituales Manu, Ula, Edu, Isi, etc., y otros apócopes nominativos que expresarían una muestra de cariño. En su lugar, Nelson Castro no está mal, si no fuera que se debe en demasía a su público. Luis Novaresio reemplaza a Gustavo Sylvestre en La Red, con lo que la emisora ganará en calidad mediática. Novaresio sabe de política, es rápido para las chanzas y se acomoda bien a las circunstancias sin profundizar en exceso ni irritar a personajes demasiado sensibles. No puedo con Rial, lo siento. Majul en principio sigue en La Red, en su carrera con obstáculos, para llegar a tener la plata de Neustadt y el prestigio de Lanata. Su extenso programa de la tarde tiene altibajos pero se deja oír. Hablemos de Chiche Gelblung. Se trata de un transgresor en apuros. Su programa de media mañana en Mitre tenía éxito. Su papel de déspota y el maltrato a las mujeres no eran más que un juguemos al tirano para zarandear el costumbrismo políticamente correcto. Es un conductor hiperbólico que exagera los tantos y es perfecto para el género magazine. Su último gran logro fue la transfiguración de Horacio Pagani, que pasó del calvinismo menottista a convertirse en un personaje de Sofovich que bien podría haber estado a la par y compartir la mesa con Mario Sánchez, Minguito y el Gordo Porcel. El problema no reside en haber cambiado de emisora sino de horario. Habrá más público masculino que no se desmaya ante su arte de narcisismo macho. El jubileo eufórico autorreferencial no es para las seis de la mañana. Para amenizar la aurora, se contrata por lo general a imitadores que compensan el desastre o la preocupación del día. Pero el animador tempranero es moderado. El histrionismo de Chiche se superpone al de González Oro porque, al estar uno después del otro, saturan con los mismos acordes la sintonía. El pase entre ambos a las nueve de la mañana llega a niveles de degradación difíciles de soportar. Cualquier sandwichero sabe que un pebete de mortadela y salame, en lugar de acentuar los sabores de cada uno, termina por neutralizarlos por el exceso de grasa y la falta de pan. De ahí que su estilo transgresor y la libertad que se arroga en cuestiones varias se opacan y desaparecen con sus conversaciones con los políticos. No sabe ser serio. Le queda mal. No puede decir lo que piensa y se adapta al interlocutor. No transgrede, se limita y se vuelve insulso. Ya no es Chiche, se convierte en un insípido Samuel Gelblung. Esperamos que logre superar el desafío, que no es menor. Respecto de los programas deportivos, debo confesar que son mi perdición. No son para nada deportivos. Las carreras no me interesan para nada ni otros deportes salvo el tenis, que no da para mucho chamuyo radial; mi vida está dedicada al fútbol, deporte del que me considero un analista tan excelso como desaprovechado. Estoy dispuesto a informarme sobre detalles ridículos y rumores de tal infantilismo que, de ser católico, merecerían una visita al confesionario. Me limpio de culpas el Día del Perdón. Pero no lo puedo evitar, escucho todo y a todos. En La Red, a pesar de la conducción de Gustavo López, no pasa nada. En Competencia, en Radio Continental, se aburren y aburren. Como si no les gustara el fútbol y lo único que les interesara es mostrar la larga lista de sinónimos que atesoran. Un delantero disparó, shuteó, tiró, pegó y el arquero atajó, contuvo, embolsó y detuvo. La oral deportiva sigue la línea de la emisora que del mismo modo que su matinal rotativo del aire mantiene la tradición del último medio siglo, con su tono parroquiano que tuvo a Muñoz y a Lujambio como emblemas. La novedad es Radio 9, de la mano de Fernando Niembro, que debió sufrir un doble traspié. Por un lado, se jugó por Macri, Angelici y Falcioni, y perdió. Lo único que le salió bien en lo que respecta a Boca es la no vuelta de Riquelme. Se jugó contra Passarella y contra Ramón Díaz en su brega a favor de Diego Santilli, y perdió. Se tomó un descanso y supongo que su pronto restablecimiento le permitirá elogiar a los antes denostados. Su delegado radial, Walter Zafarian, de someterse a un tratamiento en manos de Chiche, podría llegar a convertirse en una figura muy graciosa, lo es de todos modos, pero se ve que no se suelta del todo, quizá por temor a que lo encierren. Un temor exagerado, un poco infundado, ya que no deberían considerarse un síntoma de gravedad sus muestras de candor explícito, que a veces pueden resultar preocupantes. No niego la existencia de Radio Nacional a pesar de no nombrarla, no soy del Indec, sé que hay aumentos de precios como de la existencia de Héctor Larrea y de Roberto Perfumo, a quienes saludo de tanto tanto mientras giro la rosca de mi dial. No hay como la rosca y la manivela para escapar de la trampa digital y salir cuanto antes de ese reducto panfletario y sensiblero que se hace llamar público. En lo que respecta a mi vida personal, tengo la suerte de estar casado con una radioescucha a pesar de que nos separan preferencias programáticas. Es una fan de Mario Portugal en Radio del Plata por motivos que me eran tan misteriosos como pintorescos. Ante mi requisitoria para aclarar su singular gusto, me respondió que tiene una voz agradable, un buen léxico, que no es amarillo ni vendido, y tampoco gorila K o gorila anti K, las dos vertientes del gorilismo que mi esposa considera peculiares de nuestra política nacional. Por lo visto, el espectro de su opción va de lo estético a lo fuertemente moral y doblemente político. Finalmente, en lo concerniente a la FM, no soy parte de la feligresía afín a conductores de cuarenta y largos que hablan como los de catorce. De todos modos, de seguir las cosas como están, deberé llevar a cabo una mutación cultural dolorosa ya que un cambio de bandas es un evento traumático. No entiendo nada de estas cuestiones de modulación amplia o frecuente, ni de la cortedad o largueza de las ondas, y me llevará un tiempo memorizar una sintonía en exceso fina que requiere un pulso sereno en el cambio de dial. Ni quiero pensar en la necesidad de comprarme otro aparatito para mis caminatas diarias y antes la muerte que dejar mi Spica de lado si se retoba ante el cambio. Es toda una aventura que puede terminar mal y pronto. Ya echo de menos por anticipado mi vieja banda. Por ahora, he comprobado mi impericia en la banda frecuente o FM. No sigo las novedades musicales del rock electrónico. Lo último que escuché fue a Petula Clark. No sé por qué no me excito con las guarangadas de la Negra Vernaci, que me hacen acordar a la prosa de Baby Echecopar. Para eso, me quedo donde estoy. Tampoco soporto las interminables horas de Ari Paluch, a quien escucho cuando tomo un taxi. En todo caso, sólo es recomendable para viajes cortos. Si llego a tener nuevas experiencias que me son sugeridas por amigos y parientes solidarios, llámense –no los parientes sino los conductores– Juan Pablo Varsky o Matías Martin, lo comunicaré oportunamente. Quiero dedicar esta nota a mi compañera, la radio, y a todos los que la hacen posible y real. Espero no haber ofendido a nadie, lejos está de mi intención hacerlo; por el contrario, muchos de los aquí nombrados me han entrevistado y siempre lo han hecho con amabilidad y respeto. A ellos, entonces, mi saludo cordial. *Filósofo. www.tomasabraham.com.ar Perfil, febrero de 2013.