4 de junio de 2011

Las grandes respuestas éticas. (Etica RRHH)


La filosofía moral. Grandes respuestas éticas.


A lo largo de la historia del pensamiento filosófico, la cuestión ética recibió variadas respuestas.
Algunos filósofos sostuvieron la “moral del placer”. Otros señalaron la importancia de lograr la autorrealización del hombre, su máxima perfección que le daría la felicidad.
Otros señalaron que el fin de la vida humana no se hallaba en este mundo, sino en otro mundo mejor y distinto (las “éticas trascendentalistas”).
Kant y otros señalaron que el hombre debe actuar por deber, lo cual supone seguir el mandamiento que surge bajo ciertas condiciones, en la conciencia moral.
También se sostuvo que el hombre debe obrar de acuerdo con una cierta escala de valores (las “éticas axiológicas”). Dicha escala de valores será objetiva, o subjetiva, según las distintas posturas intelectuales.
Hubo quienes fueron partidarios del “utilitarismo ético”, lo cual aspira a lograr el máximo de utilidad social por parte de las acciones del hombre.



Recibe el nombre de “valoración moral” el hecho de atribuir, adjudicar, un valor a una acción humana determinada. La valoración es una reacción humana ante un hecho o un acontecimiento. En la valoración, la voluntad aprueba o repudia.
La valoración no tiene carácter abstracto; sus elementos -sujeto que valora, ob­jeto de la valoración, resultado de la valoración o juicio de valor- son todos concre­tos, históricos y temporales. No debe olvidarse el origen humano y concreto de la va­loración universal. Los valores y las estimaciones varían con el individuo, con la familia la sociedad, la nación y la época.
Es un hecho indiscutible el carácter histórico de la valoración. La Historia mues­tra los cambios que ha sufrido la conciencia moral; cada pueblo, cada época propone una escala de valores acorde con su circunstancia. Una ética dogmática tenderá siem­pre a soslayar esta historicidad de la valoración; aferrada a un solo punto de vista, será incapaz de valorar, en su justa proporción, las concepciones morales del pasado o de otras culturas extrañas.
El papel de la Ética, consiste en encontrar un criterio objetivo para estudiar y comprender el fe­nómeno de la valoración, sin olvidar su sentido histórico.
El problema de la valoración moral plantea una cuestión decisiva para la Ética, tan importante para ella, que se ha considerado el meollo mismo de ésta: ¿Qué es lo bueno?; ¿puede establecerse un concepto objetivamente válido del valor bondad?, etc. Pero al aclarar en qué consiste lo bueno, la Ética tendrá que explicar en qué consiste lo malo o el vicio moral. Así, pues, el valor de lo bueno implica o remite a su contrario, al disvalor de lo malo.
¿Qué es lo bueno? Esta pregunta que formula el problema de la valoración moral conduce a una serie de tentativas, de soluciones encaminadas a establecer una concep­ción de lo bueno.


Teorías de lo bueno o criterios estimativos.

Se denominan teorías de lo bueno o criterios estimativos las diversas doctrinas que intentan solucionar el problema de in­vestigar qué es lo bueno. Ellas son, fundamentalmente, las siguientes:


a) Hedonismo.



En la antigua Grecia se encuentran los primeros criterios estimativos creados por sus grandes filósofos.
Uno de estos criterios para juzgar lo que es el bien es el hedonismo (de la palabra griega hdone, placer). El hedonisno sostiene que el sumo bien, que lo bueno, consiste en el placer.
En la corriente hedonista puede citarse, como una de sus figuras principales a Epi­curo (341'-279 a.C.), filósofo griego que nació en Gargeto y se educó en Samos. Perte­nece a la corriente posterior a Aristóteles, conocida como Filosofía helenístico ­romana. A los treinta y cinco años se establece en Atenas, donde funda su escuela, llamada el Jardín. Epicuro enseña que el placer y el dolor son las dos afecciones que se encuentran en todo animal: una, favorable; la otra, su contraria; a través de las cuales se juzga lo que se debe elegir y lo que se debe rechazar. Según el hedonismo, es moral­mente buena aquella conducta que tiene por fin el placer, o por lo menos, la negación del dolor (displacer). El placer está inherente en la naturaleza del hombre.
Lo propio de la naturaleza humana es tender al logro del placer y evitar todo aquello que causa sufrimiento, ya sea físico o espiritual.
A pesar de que el término “placer” tiene un fuerte matiz sensual, Epicuro se refiere a placeres moderados, propios de la naturaleza racional del hombre. Se dice que Epicuro inculcaba a sus discípulos el amor a la naturaleza y las cosas bellas, enseñando que es necesario llevar una vida amable y sencilla. Sólo así se podrá encontrar lo placentero y virtuoso.
Otros representantes del hedonismo son Aristipo, y en el siglo XIX, Jeremías Bentham, también relacionado con el “utilitarismo”.


b) Eudemonismo.

Otra corriente de gran significación en Grecia fue el eudemonismo (del griego eudaimonia: felicidad, dicha o ventura). Según el eudemonismo, lo bueno consiste en la felicidad, pues el hombre persigue la misma de manera innata y espontánea, y la felicidad es apetecible en sí misma.
El eudemonismo se encuentra en filósofos como Sócrates, Platón y Aristó­teles.
Según Sócrates, el principal elemento que conduce a la felicidad es el conoci­miento (a esta postura se le denominó "intelectualismo ético"); su tesis es que la sabiduría nos lleva a la virtud, y que Ésta, a su vez, nos permite acceder a un estado de plenitud y satisfacción.
Para Platón la felicidad también radica en la práctica de la virtud entendida como sabiduría, solamente que ésta se logra en un reino intangible, ultraterreno o Mundo de las Ideas.
Pero la elaboración más sistemática de esta corriente se debe a Aristóteles de Estagira, quien considera que el fin último de la vida es la felicidad, pues todos los hombres encaminan sus actos hacia la consecución de la felicidad, pero no todos saben en qué consiste ni cómo lograrla. El vulgo piensa que la felicidad consiste en la búsqueda de placeres materiales; otros consideran que la feli­cidad radica en los honores y riquezas.
Sin embargo, la felicidad, para Aristó­teles, sólo puede consistir en la práctica de una vida acorde con la naturaleza racional.


c) Utilitarismo.

J. Bentham
J. S. Mill

El utilitarismo (del latín “utile”, lo que es “útil”) es la doctrina ética que sostiene que lo bueno consiste en lo útil. También se considera el utilitarismo como aquella doctrina que declara que lo moralmente bueno radica en una legítima aspiración hacia el bienestar.
El utilitarismo puede adoptar tres posiciones:
1. Cuando se busca el bienestar individual en detrimento de la sociedad (indivi­dualismo o egoísmo ético).
2. Cuando se busca el bienestar de los otros en detrimento de la utilidad indivi­dual (altruismo).
3. Cuando se trata de conciliar el bienestar individual con el bienestar social (por ejemplo, la doctrina de J.S. Mill).
Puede afirmarse que la tercera posición es la forma estricta en que debe entender­se el utilitarismo.
El utilitarismo declara que lo bueno es la utilidad. La acción buena es la que procura felicidad y satisfacción a la sociedad. La utilidad responde a una necesidad o tendencia natural; dicha tendencia inclina al hombre a promover la felicidad de sus semejantes.
El utilitarismo tiene su origen en Inglaterra; uno de los primeros exponentes del utilitarismo fue Francisco Hutcheson, quien lo propagó en 1725. Sin embargo, sus más famosos teóricos son Jeremías Bentham (l748-1832) y John Stuart Mill (l808­-1873). En estos autores se encuentra también un hedonismo, ya que tienden a identifi­car la felicidad con el placer.
El hedonismo inherente al utilitarismo se trasluce, por ejemplo, en la doctrina de Bentham, según el cual los únicos hechos que pueden servir como fundamento del dominio moral son el placer y el dolor.
La conducta del hombre, afirma Bentham, está determinada por la expectativa
del placer y del dolor y ésta es el único motivo posible de acción.
Una preocupación central del utilitarismo consiste en buscar un principio objetivo que permita establecer cuándo una acción determinada es buena o mala. Este princi­pio se llama principio de utilidad, que sostiene que una acción es buena en tanto que tienda a lograr la mayor felicidad posible para el mayor número de personas.
Stuart Mili acepta, en cierto modo, la teoría de los placeres sostenida por los epi­cúreos; sostiene que no se conoce ninguna teoría epicúrea de la vida que no asigne a los placeres del intelecto, de los sentimientos y de la imaginación, un valor mucho más alto, en cuanto placeres, que los de la mera sensación.

d) Vitalismo: Otro criterio estimativo está representado por la corriente vitalista. En general, el vitalismo es la tendencia filosófica que considera la vida como el principio fundamental del cosmos. También puede decirse que el vitalismo es la doctrina que toma la existencia humana como objeto centraI de la filosofía.
El vitalismo entraña una diversidad de corrientes, pero todas coinciden en afirmar que lo bueno radica en la vida y en todo aquello que la impulse y desarrolle.
Corno ejemplo de vitalismo está el pensamiento de Federico Nietzsche (1844­-1900).
La filosofía de Nietzsche constituye el más claro antecedente de la Filosofía mate­rial de los valores. Al enfrentarse a la moral tradicional de su tiempo, propone una "transmutación de los valores". Las virtudes más elevadas son ahora las que exaltan el valor de la vida y de la voluntad de dominio; es virtud toda pasión que diga si a la vida y al mundo (de ahí su vitalismo): la fortaleza, la alegría y la salud, el amor sexual, la enemistad y In guerra, la veneración, las bellas actitudes, las buenas mane­ras, la voluntad fuerte, la disciplina de la intelectualidad superior, la voluntad de do­minio, el reconocimiento de la tierra y de la vida, todo lo que es rico y quiere dar, quiere gratificar a la vida, donarla, eternizarla y divinizarla.
Nietzsche distingue entre una ”moral de señores” y una “moral de rebaño”. La primera es la norma aceptada por la antigüedad clásica, especialmente en Roma (donde la vir­tud era “virtus”, virilidad, valor, audacia, braveza); la segunda, en cambio, procede de los judíos; en ellos la sumisión engendra la humildad y el desamparo, el altruismo. La moral de rebaño alcanza su plenitud en la doctrina de Jesús; según él todos los hombres tienen igual valor y los mismos derechos; de su doctrina proceden la demo­cracia, el utilitarismo y el socialismo; el progreso empezó a decidirse en términos de igualamiento y vulgarización progresivos, en términos de decadencia y vida descen­dente.
La Ética de Nietzsche lleva hasta sus últimas consecuencias la teoría evolucionista de Darwin y Spenser; observa que la meta del esfuerzo humano no es la elevación de todos sino la cultura de los mejores y más fuertes (moral del superhombre).
El superhombre está más allá del bien y del mal (más allá de la moral común y corriente), lo bueno para él es todo lo que aumenta el sentimiento de potencia, la vo­luntad de potencia, el amor al peligro, la energía, la inteligencia y el orgullo.






e) Perfeccionismo:

Sto. Tomás de Aquino


Se trata de una doctrina que conside­ra que el fin ético de la vida es la perfección moral. Como representante de esta ten­dencia se menciona a Santo Tomas de Aquino (1225-1274) figura relevante de la filosofía escolástica.
Santo Tomás parte de la ética aristotélica, e intenta adaptarla e interpretarla a la luz de la moralidad cristiana.
Considera que los únicos actos del hombre que se inscriben en el campo de la moral, son los actos libres, o sea, los actos que provienen del hombre en tanto ser racional y libre. Estos actos humanos se originan en la voluntad, y el objeto de la voluntad es el bien.
Pero el bien perfecto no debe buscarse en las cosas creadas, tangibles o contingentes, tales como las riquezas, los placeres y los honores, y tampoco en la vida especulativa y teorética (que para Aristóteles era la clave de la felicidad), sino solamente en Dios.
Si bien en esta vida el hombre puede conocer que Dios existe, sólo en la vida futura podrá conocer a Dios tal cual es en Sí mismo.
De esta manera, lo bueno para Santo Tomás de Aquino está ligado a un fin trascendente.