14 de abril de 2014

Etica y Deontologìa Profesional: La impunidad en Internet

Internet y la impunidad de ser invisibles El anonimato es terreno fértil para todo tipo de atropellos. Platón cuenta la historia de Giges, un pastor que encuentra un anillo mágico que vuelve invisible a su portador. ¿Qué haríamos con ese anillo? ¿Qué haríamos si se nos concediera la invisibilidad? ¿Seguiríamos comportándonos de la misma forma que hasta ahora? ¿O usaríamos este poder para satisfacer los intereses egoístas que usualmente dejamos de lado? Los griegos antiguos abordaron estos interrogantes a través de la leyenda del anillo de Giges. Narrada en La República de Platón (a través de su hermano, que pretendía exponer la posición del sofista Trasímaco), cuenta la historia de un pastor común y corriente llamado Giges. Este encuentra sin pretenderlo un anillo mágico que, al girarlo, vuelve invisible a su portador. Una vez que Giges descubre su nuevo poder abandona su humilde vida y utiliza la sortija para seducir a la reina, asesinar al rey y ocupar finalmente su lugar. De más está decir que algunos puntos de esta historia fueron una fuente de inspiración para la aclamada obra El Señor de los Anillos. Lejos de ser una mera anécdota, la historia sugiere una visión pesimista del hombre: sólo frente a la mirada externa o a la posibilidad de un castigo las personas son capaces de comportarse correctamente, mientras que la ausencia de estos factores desataría una codicia sin fin. El hombre, pues, sería constitutivamente egoísta; y la moral, sólo un factor represivo meramente exterior: una forma disimulada de gestionar ese egoísmo. Más contemporáneamente, la película Hollow Man (traducida aquí como El hombre sin sombra), protagonizada por Kevin Bacon y dirigida por Paul Verhoeven, presenta una historia muy similar a la de Giges. Esta vez, un científico trabaja en una fórmula para la invisibilidad y, cuando la descubre, la utiliza en sí mismo, abusando sexualmente de su vecina y asesinando a su equipo para mantener en secreto su poder. La razón que me lleva a reflotar este antiguo relato es, curiosamente, su actualidad. La invisibilidad de Giges no es otra cosa que la posibilidad de actuar sin el temor de ser juzgado. El avance de la tecnología posibilitó la generación de situaciones que reproducen la de Giges. El anonimato que permite en ocasiones Internet hace posible que muchos de sus usuarios realicen todo tipo de atropellos, basados en la creencia de que no serán descubiertos. Como hombres que publican fotografías de escenas sexuales o desnudos de sus ex amantes (obtenidas en la confianza de la intimidad), en las que se cuidan muy bien de no revelar su nombre, sin dudar en arruinar la vida ajena. Abundan también los foristas anónimos que incorporan a su rutina diaria la expresión de comentarios resentidos, apenas disimulados con un halo de justicia, en periódicos u otras páginas muy leídas que los permiten. Otros, en cambio, apuestan por la propagación de rumores difamatorios de las personas que envidian (a veces inventándolos y otras sólo reproduciéndolos). Paradójicamente, en todos estos casos el internauta parece tener un cierto afán de protagonismo: no es difícil adivinar que contempla con vanidad las repercusiones de su destructiva obra. Es decir que, bajo condiciones de aparente invisibilidad, muchas personas actúan hoy como lo hiciera Giges. Su conducta sugiere que su verdadera naturaleza es fuertemente egoísta, y que lo único que la limita cotidianamente es la mirada desaprobatoria del otro (no así la de quienes disfrutan de su “picardía”). Por suerte no todos actúan de esta manera, y de tanto en tanto surge un reverso de Giges: en septiembre pasado, un hombre humilde de Tucumán llegó a juntar trabajosamente los 20.000 pesos que necesitaba para un trasplante de corazón, cuando fue asaltado y despojado del dinero; luego de difundirse la noticia, una donante anónima le reintegró el monto por medio de un tercero para que su nombre no sea difundido. LA GACETA Nicolás Zavadivker - Doctor en Filosofía, profesor de Etica de la UNT. (La Gaceta Literaria, abril de 2014)